
Si las cosas funcionan bien, habremos de pasar de la fase de emprendimiento al establecimiento formal de la empresa, cualquiera que sea su tamaño. Ésto implicará una nueva clase de retos.
Existen múltiples definiciones para “emprendedor”, “emprendimiento”, e incluso para “emprender” como términos técnicos relacionados con la acción de iniciar una aventura de negocios que tiene la intención de crecer y consolidarse.
No abonaremos más intentos de conceptualización; el término, en cualquiera de sus acepciones se explica por sí mismo.
Lo que añadiremos será solamente un atributo: emprender es un proceso temporal. Es la etapa de arranque de un proyecto, que concluye cuando la empresa adquiere consistencia y viabilidad.
Eso no quiere decir que cuando la empresa logra completar el ciclo económico se ha consolidado. Los ajustes se requerirán de manera permanente, toda vez que se trata de un organismo vivo, un sistema abierto que intercambia con su medio; que influye y es influido por los cambios en el entorno.
La precisión sobre la temporalidad de esta etapa de arranque adquiere relevancia, en función de que las capacidades que serán necesarias para permanecer y consolidarse en el mercado, son significativamente diferentes a las que fueron requeridas para emprender.
Mientras que para emprender se requieren primordialmente creatividad, entusiasmo, atrevimiento, capacidad de reacción, además de conocimientos y habilidades técnicas relacionadas con el giro que estamos abordando, para consolidar una empresa tomarán mayor relevancia las habilidades administrativas y financieras, previsibilidad, confiabilidad, manejo apropiado del tiempo y cumplimiento de compromisos.
Digamos que es como el paso de la adolescencia a la madurez. La primera marcada por la energía y el egocentrismo; la segunda por la lucidez y la conciencia de responsabilidad social.
Fuente imagen: jcvalda.wordpress.com