El desempleo juvenil

Hace unos días conocíamos las cifras del desempleo juvenil a través de la encuesta de población activa del INE y éste representaba una cifra desoladora, pues éste ascendía hasta el 57,2%. De manera más específica, el número de personas menores de 25 años que encontrándose en situación posible para trabajar se encuentra sin empleo ha crecido en 30.200 personas en los tres primeros meses del año, con lo que ya son 960.000 los jóvenes de se encuentran en esta situación, y la tasa de paro juvenil corresponde al 57,2 % del total de personas en desempleo, dos décimas más que el anterior trimestre. Y de hecho, si ampliáramos esa brecha de edad hasta los 29 años, el total de personas en desempleo en esa franja se duplicaría, llegando a los 1.800.000 jóvenes/as, lo que pone de manifiesto que la situación de este colectivo en nuestro país es tan preocupante como insostenible.
La situación de desempleo entre los jóvenes está dejando a la vista que el colectivo juvenil está totalmente dualizado, planteándose dos perfiles mayoritarios a la par que antagónicos: por un lado, los jóvenes que no han finalizado la educación secundaria obligatoria o con un nivel de estudios básico, que no llevan a cabo ningún tipo de actividad ni estudiantil ni profesional, y por otro lado tenemos a los jóvenes excesivamente formados, con varias titulaciones, másters, idiomas y que están en constante aprendizaje. Ambos perfiles, tan diferentes y extremos, están siendo castigados por igual por la situación de crisis económica.
Tampoco se está sabiendo ni reconducir ni reorientar, ni tan siquiera ofrecer alternativas que no fomenten la denominada «fuga de cerebros» que es justo a lo que se anima. Sin duda es una alternativa, pero no es la única y el abogar por ella está generando que el país pueda llegar a un punto de carecer de talentos, minando de esta manera las capacidades internas del país de generar crecimiento y prosperidad a medio plazo.